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Diario ajedrez: martes, 26 octubre 2010

Martes, 26 de octubre de 2010, 6-7 de la tarde

Grupo de 4 a 8 años. Número de niños: 6.

Ya llevo un mes con este grupito y aún no acabo de hacerme a la idea de lo que me espera un minuto después de las 6 de la tarde. A veces pienso que depende de cómo esté el día: si hace sol la clase será muy divertida; si llueve sé que es mejor bajar las persianas.

Recientemente han completado el grupito tres hermanos – dos gemelos (niño y niña) de 6 años y uno de 8, algo revoltosillos – y acabamos de tener una nueva incorporación: un chiquito de 4 añitos y medio, que pasa a ser el peque del grupo pero sólo por edad, porque creo que por ilusión nos gana a todos. Jugando al ajedrez es silencioso y me parece que se concentra bien, pero como reveló la prueba del puzzle del día anterior le cuesta tener paciencia cuando debe esperar la fila para poner otra pieza en su sitio correcto (porque la verdad es que las clavaba todas). He tratado de averiguar cómo llevaba el tema de los números y su madre me ha dicho que bien, que el chico dice que sabe contar hasta 100, aunque sospecha que no llega más allá de veinte.

Como curiosidad, en clase los Jorges somos mayoría (somos 3), así que hemos decidido numerarnos por edad, como si fuéramos clones: yo seré Jorge1, y los otros Jorge2 y Jorge3, y si hay dudas yo soy el que lleva barba y a eso no me ganan.

Veo que hay algunos problemillas para recordar el nombre del otro chico, Hodei, al que a veces le añaden una más que sospechosa J inicial. Según mis «informadores» es un bonito nombre que significa «nube», aunque cuando le pregunté si traía tormenta se echó a reír. Por si acaso pienso tener siempre el paraguas a mano.

El juego de hoy habla de una historia incompleta, como un libro que se había abierto y, con el aire típico zaragozano, había perdido algunas páginas. Sin embargo, por suerte, hemos conseguido recuperar algunas palabras, aunque tendremos que completar la parte de la historia que falta. ¿Seremos capaces? Las palabras son las siguientes:

Resulta, oh casualidad, que el libro hablaba de una partida de ajedrez. En realidad fue tomada de uno de los muchos libros de ajedrez para niños que tengo, en este caso de «Ajedrez, primer grado» de Jaime Crespo.

Antes de empezar (ya pensado de antemano) decido realizar algo arriesgado: en lugar de concentrarnos alrededor de una o dos mesas, voy a utilizar el tablero mural de la pared. Esto es arriesgado por dos motivos: el primero es que los imanes de las piezas suelen atraer también a los niños (misterios del magnetismo) ya que se trata de piezas diferentes y más grandes que «se pegan», y el segundo es que los niños tienen dificultad para apreciar todo el tablero (por lo que solemos utilizar tableros magnéticos pequeñitos).

Este es mi tablero de ajedrez magnético, ¡comprado hace 15 años!

Aún así, quiero tratar el tema del trabajo imaginativo en equipo (para tejer la historia faltante) y además me han dicho que las buenas pelis se ven mejor en pantalla plana gigante. También les he dicho que en el cine en la primera fila se ve bastante mal (la pantalla es enorme), pero no se lo han creído. Da igual, al final más de uno acabará en la fila de atrás.

La partida del libro ha empezado, y ya nos ha tocado incluir la palabra «patata». Esto no ha sido muy difícil, ya que la familia de las piezas blancas, sentadas cómodamente en el salón viendo la tele, estaba hambrienta y resulta que no había gran cosa en la despensa. Por lo tanto, habría que enviar a alguien a buscar algo «rico» (unanimidad de los chicos) a la casa de su amigo el rey negro (y parientes), y eso serían patatas fritas.

El tablero mural de ajedrez

Como la casa se encontraba en la otra punta de la ciudad se decidió quiénes irían, por turnos. Como se sabe que estar en el medio de la ciudad (el centro del tablero) te permite llegar a todos los rincones más fácilmente, un peoncillo blanco se dirigió allí moviendo 1.e4. Las negras respondieron a esto con 1…e5, más para saludar que para bloquear el paso (todos son colegas). Siguió la llegada de otras piezas importantes, los caballos, a las casillas centrales: 2.Cf3 (aquí respondieron bien a la pregunta ¿qué amenaza? con «el peón negro») y 2…Cc6.

Llega el momento de la palabra «pelota», pero aquí las cosas se están yendo un poco de madre. Y eso que para resolver preguntas el «profe» tiene una idea muy simple: preguntará a alguien que tenga la mano levantada, pero no haya dicho ni mu. Esa es la única regla, fácil de explicar pero difícil de controlar (al principio todos dicen «yo, yooooo»). Así que ha habido que saltar a más de uno para preguntarle a Jorge2, que ha dicho que un caballo blanco iba jugando con la pelota. Cuál era se lo ha guardado, y por lo visto el balón también.

No sabemos cómo lo hacía el caballito, pero he comentado que en el circo los elefantes hacen juegos con pelotas y otros elementos y un chico me ha llevado la contraria diciendo que sólo eran las focas, que lo hacían con la nariz y que estaban no sé dónde. «Es posible», le he dicho, «pero creo que en el ajedrez aún no hay focas, así que nos tendremos que conformar con el caballo».*

* Históricamente hablando, el elefante sí formaba parte de las antiguas piezas del ajedrez. Puede que en el ajedrez esquimal las focas aparecieran también, quién sabe.

A todo esto Cristina ya tiene asignada la parte que le toca a la palabra «luz» (algo imaginativa, por cierto, dice que «las piezas amarillas son luz» o algo así) y no quiere que se le olvide, por lo que no deja de repetirlo. Se me ha pasado por la cabeza apagar la luz de la sala para ver si luego seguía acordándose.

En su siguiente jugada un miembro de la familia blanca tomó un taxi que le llevó 4 casillas más allá, hasta una casilla lejana. Como las piezas que juegan a larga distancia son los alfiles, éste salió de casa con 3.Ab5. No sabemos quién pagó el viaje, pero sí averiguamos – contando con los dedos de las manos – cuántos puntos valía (en general) un caballo y cuántos un alfil. El primero en arriesgarse ha sido Diego, el chico nuevo, que ha dicho 7 puntos. Le contesté que algo menos y los demás han concretado levantando tres dedos de diversas formas elegantes. Así que si las blancas querían cambiar el alfil por el caballo (idea de la última jugada) ni ganarían ni perderían, sería como decir «¡choca esos tres!».

Entonces, haciendo algo de magia, he levantado el caballo negro del tablero y he hecho la pregunta mágica (clave para dar paso al pensamiento creativo, aunque este no fuera un caso complicado): «¿y si… el caballo negro no estuviera?». No sé quién ha contestado, pero la mayoría parece saber la respuesta correcta: «entonces el peón negro del centro quedaría sin defensa y nos lo comeríamos con nuestro caballo».

Imagen: Como decían los chicos, si el alfil blanco come el caballo negro (flecha verde), el peón e5 (en rojo) queda sin defensor y luego puede ser capturado por el caballo blanco (flecha amarilla). En la suma total habríamos ganado lo que vale un peón (1 punto o un dedo o hasta un euro, según quién lo cuente).

Como los caballos siempre van de dos en dos a todas partes en algunas historias (o eso dice la leyenda), el otro caballo negro ha salido a echar un cable a su compañero, jugando 3…Cge7. A estas alturas parece que las negras no quieren compartir las patatas fritas, por lo que las blancas siguen sacando el resto del equipo para hacerles entrar en razón: 4.Cc3, tirando siempre hacia el centro del tablero.

En este momento hemos decidido enfriar algo los ánimos incluyendo otra palabrita desaparecida de la historia, «invierno». Tras algún «brrrr….» casual todos los chicos parecen tener algo claro: en invierno hace mucha rasca (frío), por lo que a partir de ahora cuando las piezas salgan de las calentitas casas con calefacción (filas 1 y 2 de las blancas y 7 y 8 de las negras) lo harán con abrigos que no dejen pasar ni las balas. Aunque no venga a cuento y sólo por ver sus caras les he informado de que en realidad las piezas negras suelen estar algo más calentitas, puesto que el color negro conserva mejor el calor que el blanco (refleja la luz y con ello, calor). Enrique ha pensado que le estaba tomando el pelo, así que le he dicho que lo entendería cuando fuera algo más mayor, aunque la verdad es que no me lo imagino aún leyendo cosillas de ciencia.

Por aquí la «revolución de octubre» ya está empezando a fraguarse, con chicos intentando tocar las piezas del mural y levantando la voz por encima de lo deseable (y hay alguno que tiene una voz potente). Así que he decidido seguir unas pocas jugadas más y dejar el final para una mejor ocasión. Una pena, pero bueno… Dicen que todas las historias tienen finales felices, pero éste todavía no ha visto la LUZ (sí Cristina, ya sé que tu palabra no ha podido entrar en el cuento… todavía). Las últimas jugadas estilo «bloqueo de baloncesto» al alfil blanco han sido 4…a6 5.Aa4 b5 6.Ab3 h6.

La posición de la partida tras la jugada 6 de las negras

Aquí hemos aparcado taxis, libros sin terminar y piezas grandes para dedicarnos a echar alguna partidita en los minitableros magnéticos, lo cual ha relajado bastante el ambiente y ha hecho que los chicos se concentren en los pequeños imanes de esas piezas, y no en los grandes del tablero mural.

El mundo parece estar tranquilo de repente. Es curioso cómo algunos niños que atienden a numerosos estímulos en juegos de cualquier tipo son capaces de concentrarse de esa forma en una partida de ajedrez jugada en un tablero que ocupa algo más que mi mano.

Recuerdo el año anterior. Tenía también un chico de 5 años con estas características, aunque llevado al extremo: era incansable en las actividades de grupo, gastando el 200% de su energía (o más), pero a la hora de jugar la partida esta actividad cambiaba bruscamente; no despegaba la vista de las 64 casillas, ¡y apenas decía nada! Era como el día y la noche; si no lo hubiera visto con mis propios ojos hubiera dicho que eran niños distintos. Claro que no todo el mundo es igual, como se ha encargado de recordarme Cristina, que está cantando mientras juega la partida.

He puesto al mayor, Enrique, con el más pequeño, Diego. Será su profesor particular durante una temporadita, creo, ya que están tranquilos y no parece importarles mucho el resultado de la partida. Le he dicho que le vaya ayudando poquito a poco con las dudas que tenga, que avise el jaque (amenaza al rey) y que gane la partida comiendo el rey (los niños pequeños no comprenden qué es el jaque mate, un concepto abstracto, si no se lo explicas mediante «casillas de escape» o algo similar).

Al final, todos a la fila, e incluso ha habido ronda de caramelos. Eso sí, como decía uno de los padres, estoy pensando seriamente reducir el número que doy a cada uno: las caries están a la orden del día y el número de caramelos desciende de forma alarmante. Creo que daré ejemplo y dejaré de comerlos yo también. Pero sólo en esa clase.

Conclusión: el grupo llega del cole y tiene ganas de divertirse, lo que lo hace ligeramente peligroso para ciertas actividades. Pero si uno quiere divertirse (ellos se han divertido, cierto, pero no todos al nivel que podrían haberlo hecho, ni yo tampoco) dentro de ciertos límites  y aprender cosas nuevas tiene que seguir unas reglas, así que tendré que subir un punto el nivel de «disciplina positiva»*. Por ahora el valor de estabilidad del grupo baja al nivel de peligro: de 10 puntos a 8. Veremos la semana que viene.

* La «disciplina positiva» consiste en fomentar la disciplina, pero sin incluir la palabra «no» en las frases de autoridad. Es decir, «si te portas mal no tendrás caramelos» es cambiada por «si te portas bien te prometo que tendrás caramelos». Este ejemplo es sencillo, los hay mucho más difíciles, créanme…

 



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